José Mª. Serrano

Escritor

gargallo

DEL ARTE DE BIEN DECIR A LA SOFLAMA CUTRE


La voz retórica procede del griego, a través del latín rhetorica. El Diccionario de la RAE, en su primera acepción, la define como “Arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover”. Con esta definición coinciden básicamente otras halladas en diferentes tratados literarios. Enfatizan la idea de que la retórica es un conjunto de procedimientos que constituyen el arte del bien hablar (ars beni dicendi), de la elocuencia, mediante la elaboración de discursos oratorios que con su poder persuasivo sean de provecho, ilustren y deleiten a los oyentes o lectores. Ramón Pérez de Ayala (Oviedo 1881- Madrid 1962) añade que “Su misión se cifra en conocer las leyes que conducen a esa perfecta adecuación entre la expresión y el contenido”.

La Retórica (conviene aquí, como materia que es, escribir esta palabra con mayúscula) tuvo su cuna en las antiguas democracias griegas del siglo V a. C. atribuyéndose su creación a los sicilianos Corax de Siracusa y Tisio, (este último, al parecer, fue alumno del primero). La democracia floreció en la Atenas de ese siglo (llamado siglo de Pericles) y se denomina con frecuencia democracia ateniense. Pericles fue un gran estratega y estadista ateniense, (c.495-Atenas 429 a.C.) al que se llamó El Olímpico por sus aciertos políticos. Su duración fue desde las reformas del estadista ateniense Clístenes, (510 a.C. aproximadamente) hasta la supresión de las instituciones democráticas, debido a la hegemonía macedonia en 322 a.C. Algunos especialistas creen que la Retórica pudo haber nacido conectada a un proceso judicial. En este caso su finalidad primordial consistiría en convencer a un tribunal o a un auditorio. Se afirma también que es hija del estado democrático y del interés económico que emana de la propiedad y el capital. Se trataría, coincidiendo con lo ya apuntado, que es un ejercicio dirigido a la persuasión y al conocimiento.

Su estudio, dividido tradicionalmente en cinco partes, se hizo indispensable en Grecia y Roma, porque, entre otras cosas, enseñaba a organizar el pensamiento, memorizar el discurso y exponerlo con elegancia ante el auditorio. Estas partes eran: Invención (inventio): Elección de las ideas en las que ha de basarse el contenido. Disposición (dispositio): Organización de las ideas en apartados para desarrollar el argumento. Elocución (elocutio): Sus cualidades han de ser la corrección, la claridad y la elegancia. Memoria (memoria): Suponía la memorización del discurso por parte del orador. Acción (actio): Ponía de manifiesto las dotes expresivas del orador, perfecta dicción, voz, entonación y mímica. Pronto se dieron cuenta de que las mejores alocuciones tenían un mayor poder de convicción, por lo que muchas eran de contenido político.

Además de los sofistas fundadores citados anteriormente destacaron entre otros: Isócrates, ateniense, (436-338 a.C.); Platón ( Atenas c.427-id. c.348 a.C.); Aristóteles, griego, (Estagira 384 a.C.-Calcis 322 a.C.). Una de sus principales obras, escrita en tres libros, es precisamente Retórica. Demóstenes, ateniense (su fecha de nacimiento y muerte coincide con la de Aristóteles); Cicerón, romano, (Arpino 106-Formies 43 a.C.); Julio César, (Roma 100 o 101 a.C.- id. 44 a.C.) y Quintiliano, (actual Calahorra, España, c.30- c.100).

En Roma la Retórica no se desarrolló hasta el siglo I a.C. Durante muchas y diferentes épocas de mayor o menor esplendor, con discusiones a veces y surgimiento de nuevas teorías, se mantuvo viva como base de la expresión oral y escrita en prosa o verso. Llegada la Edad Media, continuó enseñándose en las Universidades, aunque con un carácter teórico más que práctico. El Humanismo prestó adecuada atención a la elocutio, parte tercera del discurso oratorio, cuyas cualidades principales deben ser la corrección, la claridad y la elegancia, manifestándose las características peculiares del estilo, que debe estar adornado (ornatus) de artificios y connotaciones que lo alejen de la vulgaridad.

Es obligado hablar aquí de las figuras retóricas, divididas tradicionalmente en tres grupos, que suman alrededor de cien figuras distintas, cada una de ellas con su nombre correspondiente: figuras de significación o tropos, figuras de dicción y figuras de pensamiento. Son formas singulares expresivas, recursos, modos de construcción gramatical que quebrantan las leyes sintácticas consideradas regulares o normales, en muchas ocasiones alejadas de su uso oral, que utilizan los escritores para embellecer el lenguaje. Estas figuras han llegado hasta nuestros días con mayor o menor profusión, sin que ni hablantes ni oyentes apenas lo perciban porque se han lexicalizado.

Respecto a la Retórica como materia, como asignatura, se encuentra hoy día prácticamente desaparecida, si bien algunos lingüistas recientes sí se han preocupado, al menos por su estudio, como el filólogo aragonés Fernando Lázaro Carreter, (Zaragoza 1923-Madrid 2004). Considerando esta sucinta descripción sobre lo que fue la Retórica clásica, llega el momento de comparar, también brevemente, las diferencias con el discurso actual, aun teniendo en cuenta los cambios de todo tipo acaecidos durante el período de tiempo de más de los dos milenios y medio que analizamos. El gap cronológico es considerable, aunque también lo es el importante deterioro sufrido en el discurso oratorio actual, particularmente el llevado a cabo por los políticos, que afecta en mayor o menor grado a todas y cada una de las cinco partes que, como hemos visto, lo componen. Respecto a la Invención, no parece que se lleve a cabo ahora una cuidadosa elección de las ideas que han de servir de base para el desarrollo del discurso, buscando siempre como finalidad última convencer al oyente. Con frecuencia está ausente la idea de pedagogía, sin la cual tal oyente (que en las elecciones se convertirá en posible votante) no ha captado la importancia que puede haber tenido alguna acción tomada. Otras veces ciertas ideas elegidas para el desarrollo de tal o cual discurso han quedado obsoletas, e incluso fueron aplicadas anteriormente con escasa o nula eficacia, presentándose como novedad. La Disposición está íntimamente relacionada con la parte primera. Tiene por objeto la organización de las ideas en apartados. Obviamente, cualquier deficiencia que afecte a la Invención repercutirá de lleno en esta segunda parte, afectando negativamente a la calidad del discurso, puesto que si no existen ideas difícilmente podrán ser ordenadas. La tercera parte, la Elocución, es de suma importancia. Sus cualidades han de ser la corrección, la claridad y la elegancia, que conforman la individualización del estilo y el ritmo. La corrección, especialmente la corrección gramatical, escasea en los discursos actuales. Aquí sí puede afirmarse rotundamente que la mayoría de oradores desconocen las normas. Para hablar en público a ciertos niveles debería exigirse un máster en gramática. Se producen tan vergonzosos errores que pueden conducir a la hilaridad. Por ejemplo, ignoran la ley lingüística de la economía expresiva, o si la conocen no la aplican, porque prefieren acogerse a ese concepto abstracto, tan manido y estulto como es lo políticamente correcto, del que mucho se habla y que en realidad no se sabe muy bien en qué consiste ¿Es políticamente correcto ultrajar nuestra espléndida lengua española? Por ejemplo, el masculino en español debe emplearse tanto para referirse a individuos de sexo masculino, como también para designar a todos los individuos de la especie. Sin embargo, se habla hoy de compañeros y compañeras; amigos y amigas; españoles y españolas; vosotros y vosotras... Incluso hay quien desconoce que en español existen sustantivos comunes en cuanto a género, como el/la miembro haciendo el ridículo cuando algunos se dirigen a miembros y miembras y se quedan tan orondos y satisfechos. Referirse a todos los individuos de la especie simplemente como compañeros; amigos; españoles; vosotros... es lo correcto y no excluye a nadie. ¿Acaso no sonaría rematadamente absurdo oír los hombres y las mujeres de la edad de piedra se vestían con pieles? O los perros y las perras son animales de compañía?

Pero hay cosas peores, por ejemplo, recurrir a la mendacidad. Mentir es un vicio despreciable Dentro de esta tercera parte la claridad no es precisamente el denominador común de los discursos políticos puesto que para hablar claro deben tenerse los conceptos claros, y muchos no los tienen; si los tuvieran ¿por qué son capaces de decir una cosa y la contraría en tan corto lapso de tiempo de unas pocas horas? Recurrir al fárrago no es de recibo. Sobre la elegancia diré que únicamente puede expresarse elegantemente el que muestra distinción, delicadeza, gusto, gentileza y gallardía y no todos andan sobrados de estos atributos. La descalificación del oponente es signo de debilidad del que la practica. Tan frecuente alusión al tú más muestra falta de recursos, lo mismo que recomendar insistentemente aquello de hay que (hacer esto o lo otro) sin aclarar lo principal, que es cómo hacerlo, no es decir nada. La Memoria suponía la memorización del discurso por parte del orador, lo cual no sucede ahora. Las alocuciones, rara vez compuestas por el propio orador, son leídas por este en la mayoría de los casos. Tampoco puede decirse que los políticos en general muestran un especial cuidado con la Acción, quinta y última parte del discurso oratorio clásico, que se ocupa de las dotes expresivas, como la perfecta dicción, la voz, la entonación y los gestos. Ni la dicción es perfecta, ni la voz adecuada, ni la entonación atractiva, ni se preocupan por los gestos en demasía. Posiblemente de los tres elementos de esta última parte, la voz y la entonación sean los más importantes. Gritar no demuestra estar en posesión de la verdad.. La entonación, comenzando en las notas bajas del pentagrama para ir ascendiendo a las altas, hasta que el orador enrojece por falta de aliento, para finalizar una frase vulgar en una explosión fingida, es una ridiculez.

Como conclusión de lo anterior diré que tal vez el arte de bien decir sea hoy un anacronismo, pero la soflama cutre debería erradicarse del discurso político, ya que de mantenerse, tal discurso ni deleitará, ni persuadirá, ni convencerá, al menos a ese treinta por ciento de ciudadanos que llegado el momento de las elecciones están indecisos sobre a quién votar, porcentaje muy importante del que suele depender el resultado final.

José María Serrano

Noviembre 2015.